martes, septiembre 16, 2008

Hidden place

Camila tiene sus misterios.
Ella es una lengua muerta que sólo unos pocos sabemos entender. Ahí está el problema. Sus hombres fueron los que pudieron encontrarla. Por eso nos ama y nos resiente: Sólo nosotros podemos alcanzarla. Los demás, en cambio, le son indiferentes. Para Camila, las cualidades de un hombre son poco más que accesorias. Entonces beso tu cuello y vos seguís en lo tuyo. No dejás de cortar la cebolla de verdeo, ni apagás el televisor, ni dejás de buscar el espejito dentro del bolso. Pero vuelvo a besarte. Te beso una y otra vez. Te beso con mi mano. Te busco a través de la indiferencia como un barco atraviesa la bruma. Te beso hasta que el espejito deja importarte y se vuelve una inconveniencia necesaria en nuestro juego. Te beso hasta que la luna entra por la ventana y nos cubre con esos jardines verdes que nos acarician y que a vos tanto te fascinan. Ahora sólo tenemos que esconderte, Camila. Tenemos que dar vuelta cada uno de los espejitos para que puedas salir al encuentro. Apagá la luz, me decís bajito. Y no es vergüenza, se entiende. Apagar la luz es el pasaje inevitable que nos lleva a tu escondite. La madriguera en el árbol por la que nos dejamos caer interminablemente. Apagar la luz, y de esa forma, tu cuerpo, tu nombre y dejar que Camila avance suavemente sobre nosotros, sobre la cantidad de camas que componen tu secreto.