jueves, mayo 22, 2008

J'ai mal aux dents

Él escribía y ella estaba, que ya era mucho. Aquellos fueron buenos días. El escritorio se colmaba de hojas, de recortes y de libros, formando altas murallas todo alrededor de la máquina de escribir; murallas cuyas torres eran coronadas casi inevitablemente con tazas vacías y ceniceros despintados de plomo.

–Me duelen los dientes –dijo ella. Martín se dio vuelta sobre la silla. La miró largamente con el mentón apoyado sobre el respaldo de madera.

- ¿Los dientes?
-Sí, no me pasaba desde que era chica, cuando todavía vivía con mamá. Es un dolor terrible, te juro.
-Qué raro. ¿Y fuiste a ver a un dentista o algo?
-No, son esas cosas que se van solas. Una vez me dolían tanto, tanto. No me voy a olvidar más. Para variar, mamá no estaba. Mi abuela me acarició el pelo un montón de tiempo. Todavía me acuerdo, me dijo que no eran los dientes los que me dolían, sino las palabras que no me había animado a decir y que todavía tenía en la boca.

Los dos se quedaron un rato en silencio.

-Para mí que apretaste mucho los dientes mientras dormías.

Martín se paró y le dio un beso en la frente. -¿Querés una aspirina? –le preguntó.

–Dejá. Seguro que en un rato se me pasa.